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Foto del escritorViolant Muñoz Genovés

“EL LIBRO DEL SEPULTURERO” de Oliver PÜtzsch, publicado por Planeta



Un homenaje a los oscuros inicios de la criminalística

En el Prater, el parque más importante de la ciudad, aparece el cuerpo de una criada asesinada de forma brutal. Leopold von Herzfeldt, un joven inspector de policía, será el encargado del caso, a pesar de no contar con el favor de sus colegas, que no quieren saber nada de sus novedosos métodos de investigación, como la inspección de la escena del crimen, la obtención de pruebas o la toma de fotografías. Leopold contará con el apoyo de dos personajes del todo dispares: Augustin Rothmayer, el sepulturero mayor del cementerio central de Viena, y Julia Wolf, una joven operadora de la recien inaugurada central telefónica de la ciudad y con un secreto que no quiere que salga a la luz.



Leopold, Augustin y Julia se verán inmersos en los profundos abismos ocultos tras las puertas de la glamurosa ciudad en una carrera para dar con un asesino despiadado que sembrará Viena de cadáveres.

En palabras del autor:


“...El libro que te presentamos es una novela sobre el Cementerio Central de Viena, sobre personas enterradas vivas, siniestros asesinos, tumbas, muertos…, pero sobre todo es una novela policíaca sobre una época en la que comenzaron muchas cosas que hoy todavía determinan nuestras vidas, en especial en el ámbito tecnológico: el teléfono, la electricidad, el automóvil, la fotografía, el cine…Y todas ellas surgieron a un ritmo vertiginoso al que no todo el mundo supo adaptarse.


El paso del siglo XIX al XX recuerda bastante a nuestro presente, donde mucha gente también siente que los avances son muy rápidos y generan demasiada confusión.


¿Cómo debieron experimentarse entonces aquellos cambios? En pocos años, se pasó de desplazarse por las ciudades en coches de caballos y cruzar los campos con locomotoras de vapor, a ir al cine en ruidosos automóviles por calles iluminadas con luces eléctricas, con el metálico sonido de fondo de gramófonos y timbres de teléfonos, una sinfonía de luces parpadeantes, tubos, bocinazos, repiqueteos, tintineos…Alguien como yo, que tiene que pedir a su esposa que le configure el ordenador nuevo o a los hijos que le programen los canales de televisión (tenemos tres mandos a distancia, ¿por qué será?), seguramente se habría visto desbordado en aquella época. En apenas unos años, terminó una era y empezó otra muy distinta.


Lo mismo sucedió en la lucha contra el crímen. Fue precisamente en esa época cuando surgieron los nuevos métodos de investigación, que iban a cambiar para siempre el mundo de los detectives y los comisarios, los ladrones y los asesinos. La cuna de esa nueva ciencia llamada criminalística no fue París ni Londres ni Nueva York, sino la pequeña y apacible ciudad de Graz; en la austríaca Estiria. El fiscal y juez de instrucción Hans Gross recopiló una colección de material didáctico con corpora delicti y escribió un libro que marcó un hito en la historia criminal (y al que he querido erigir un monumento con mi novela). A él, y a otros pioneros de aquellos años apasionantes, dedicamos también un apartado en este dosier…”

Oliver Pötzsch es ya un referente de la ficción histórica europea, con más de 3.500.000 de ejemplares vendidos en todo el mundo.


UN VIAJE A LA VIENA DEL SEPULTURERO


«Viena es una de las ciudades más grandes del mundo, magnífica y despiadada a la vez, palpitante y mortal. Nuestro índice de asesinatos no tiene nada que envidiar al de Londres o Nueva York, sobre todo ahora, con la llegada masiva de inmigrantes del Este. Esta ciudad es una bomba de relojería que puede estallar en cualquier momento.»

Albert Stehling, jefe superior de policía de Viena


A lo largo del siglo XIX, Viena multiplicó su población por diez y se convirtió en una de las grandes metrópolis europeas. Como se describe en la novela, la ciudad estaba completando una profunda reforma urbanística que se inició con el derribo de las murallas, en 1857, y la posterior apertura de la Ringstrasse, que Leopold recorre de forma habitual. La práctica totalidad de los escenarios de la novela son reales, incluyendo restaurantes como el Melker Stiftskeller en la Schottengasse, todavía en activo. Estos son los más importantes:


EL CEMENTERIO CENTRAL DE VIENA. Se trataba del cementerio más grande de Europa, albergaba más de medio millón de cuerpos y en él se realizaban más de 70 entierros diarios. Había sido inaugurado hacía casi veinte años “y todavía parece que sigue en obras…”, a los ojos de Leo. Con sus cámaras a rebosar de cadáveres y sus fosas comunes, se convierte en un protagonista más de la novela.


EL PRATER. El libro del sepulturero comienza en Prater, una extensa zona de recreo jalonada por los humedales del Danubio y pequeños bosques. Llegaba hasta el edificio del Lusthaus, lugar de encuentro de la aristocracia, y el hipódromo de Freudenau. En otra zona, las farolas de gas envolvían con una cálida luz amarillenta los teatros de variedades, cafés y salas recreativas. Allí era donde el pueblo llano iba a divertirse.


EL RING. La avenida Ringstrasse rodea el centro de Viena. Por entonces, estaba iluminada con las nuevas farolas eléctricas. Gracias a sus palacios burgueses, la bolsa y otros edificios emblemáticos, se la consideraba uno de los grandes atractivos de la capital austríaca.


JOSEFSTADT. El octavo distrito de Viena, donde vivía la burguesía refinada y alquiló una habitación Leopold von Herzfelt. En aquella época se construyeron en Josefstadt edificios como el ayuntamiento, el parlamento, el palacio de justicia y la Universidad de Viena, por lo que el barrio se estaba llenando de funcionarios y estudiantes.


SCHOTTENRING. Allí se encontraba la jefatura de policía desde 1874. Ocupaba el edificio del antiguo Hotel Austria, en Schottenring, 11. Aquella comisaría ya no existe, se incendió poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.


LOS APASIONANTES ORÍGENES DE LA CRIMINALÍSTICA


Como señala Oliver Pötzsch en su nota personal para este dosier, en la época en la que se enmarca la novela nacieron y se desarrollaron nuevas teorías y nuevos métodos científicos que cambiaron para siempre el mundo de la investigación criminal. Uno de los grandes temas de la novela es el enfrentamiento entre esta nueva forma de investigar y los métodos obsoletos de la policía vienesa.


La primera cátedra independiente de medicina legal del mundo se estableció en la Universidad de Viena, en 1804. Poco después, el médico y científico menorquín, afincado en París, Mateo Orfila desarrolló la toxicología científica, que estudia las sustancias tóxicas y sus efectos en el organismo humano.


Solo diez años antes de los hechos narrados en El libro del sepulturero, en 1883, la policía francesa empezó a utilizar un nuevo método de identificación creado por Alphonse Bertillon: la antropometría. En las fichas policiales se registraban once características físicas que permitían identificar con una seguridad casi absoluta a cualquier delincuente fichado. El sistema no tardó en extenderse por todo el mundo.


Entre 1892 y 1893, sir Francis Galton determinó los patrones de las huellas dactilares, verificó que son invariables a lo largo de toda la vida y que son únicas para cada individuo, incluso en gemelos idénticos. En 1892, a partir de esos estudios, Juan Vucetich, un antropólogo y policía argentino, resolvió un misterioso crimen. Por primera vez, las huellas dactilares fueron determinantes en una investigación policial.


Pero fue en Austria, aquel año de 1893, donde se sentaron las bases de la nueva ciencia criminalística. El juez Hans Gross sistematizó todos sus conocimientos y experiencia en el Manual para jueces de instrucción como sistema de criminalística. Proponía, por ejemplo, que los investigadores llevasen un maletín de instrumental al escenario del crimen, y abordaba cuestiones como el aseguramiento de pruebas, la elaboración de perfiles y el uso de la balística y de la medicina forense.


ELEMENTOS NARRATIVOS Y EDITORIALES

ESTRUCTURA Y VOZ


La novela está formada por veintinueve capítulos, un epílogo y un prólogo sorprendente, que cobra sentido cuando la historia avanza: sentimos la angustia de un hombre que está siendo enterrado en vida en un cementerio. El libro del sepulturero está narrada en una tercera persona focalizada, casi siempre, en Leopold von Herzfelt.


DOS CRÍMENES EN OTOÑO


Dos crímenes distintos y sus correspondientes investigaciones circulan en paralelo a lo largo de la novela, cruzándose de vez en cuando. Los acontecimientos siguen un orden cronológico los meses de octubre y noviembre de 1893. El Día de Difuntos, el primero de noviembre, es una fecha simbólica que cobra especial protagonismo en la historia.


HIPERREALISMO HISTÓRICO…Y CRIMINAL


El libro del sepulturero forma parte de la nueva corriente de la novela negra y del thriller histórico que se distingue por el realismo intenso de sus descripciones y de su acción. Con una notable técnica y una gran capacidad descriptiva, Oliver Pötzsch sumerge al lector en una verdadera experiencia sensorial: nos empapamos de los sonidos, los olores y la confusión de las calles de una gran ciudad de finales del siglo XIX, nos asalta el hedor de los cadáveres y somos testigos de las desagradables consecuencias físicas de la violencia.


MÁS ALLÁ DE LA LÍNEA QUE SEPARA REALIDAD Y FICCIÓN


Oliver Pötzsch recrea la sociedad y el momento histórico de Viena en 1893 de una forma brillante. La ambientación es detallista, fría y oscura, bajo una lluvia omnipresente. Partiendo de una documentación exhaustiva —y que nunca se impone a la acción—, la frontera entre realidad y ficción se diluye por completo, tanto a lo relativo al marco escénico como a los hechos y a los protagonistas; así, junto a los personajes surgidos de la imaginación del autor encontramos a otros históricos, como el forense y patólogo Eduard Hofman, el jefe de policía Albert Stehling, el fiscal Hans Gross y el compositor Johann Strauss, autor del célebre El Danubio azul.


ALMANAQUE PARA SEPULTUREROS de AUGUSTIN ROTHMAYER


Al principio de la novela y al inicio de cada capítulo encontramos unos textos escritos por Augustin Rothmayer, el sepulturero mayor del Cementerio Central de Viena. Tratan sobre su oficio y sobre los mitos de las necrópolis. El conjunto se titula Almanaque para sepultureros. Es, sin duda, uno de los elementos más originales de la novela. Augustin lo sabe todo sobre la muerte y las inhumaciones: la anatomía del cuerpo humano, los signos que deja la violencia, el rastro de los venenos, curiosidades sobre los cadáveres…y hasta el tipo ideal de tierra para acelerar su descomposición. Un fantástico (y algo morboso) manual lleno de curiosidades.


Probablemente no haya en la vida humana condición más temida que la de la muerte aparente. Este estado puede tener distintas causas: ahogo o ahorcamiento, soterramiento en minas o avalanchas, pero también envenenamiento, tétanos o fiebre muy alta. Son frecuentes los relatos acerca de personas que, debido a una muerte aparente, han sido enterradas vivas. En ellos se habla de golpes en la tapa del ataúd o gritos de desesperación en el cementerio. Algunos de los enterrados han sido exhumados posteriormente y hallados en posturas extrañas, como si hubieran intentado liberarse con todas sus fuerzas antes de morir.


UNA NOVELA MUY MUSICAL


La música y los músicos están, también, muy presentes en la novela desde el primer capítulo y juegan un papel esencial en una de las dos investigaciones. El vals es uno de sus motores argumentales. El autor destila ironía —rayana en una jocosa mala uva—al referirse a la música vienesa de la época en los comentarios del sepulturero Augustin Rothmayer, violinista aficionado y admirador de Mozart, Schubert y Beethoven.


Esta edición de El libro del sepulturero está ilustrada con mapas que sitúan al lector en el lugar de los hechos, enmarcan la acción y ayudan a completar el perfil de los personajes.


Oliver Pötzsch incorpora personajes históricos de una gran fuerza y con un papel activo en la trama. La lluvia que azota Viena diluye la línea que separa ficción y realidad.


GALERÍA DE PERSONAJES, EL TRÍO PROTAGONISTA


Leopoldo von Herzfelt


Inspector recién incorporado a la policía de Viena. Procede de una adinerada familia judía conversa, aunque no está en contacto con ella. Su padre es el director de un banco privado en Graz. Su madre era alemana y Leo vivió su infancia con ella en Hannover, de ahí el acento que le ha valido el sobrenombre de “el alemanote” en la comisaría. Se graduó cum laude en derecho y trabajó tres años como juez de instrucción en Graz. Fue discípulo del fiscal y juez Hans Gross, impulsor de la criminalística. De él aprendió los métodos científicos que aplica en el escenario del crimen y que sorprenden e irritan a sus colegas vieneses. Nadie se explica por qué, a los treinta años, ha cambiado una brillante carrera jurídica en Graz por un empleo mal remunerado y peligroso en Viena.


Augustin Rothmayer


Sepulturero mayor del Cementerio Central de Viena. Con su delgadez, su elevada estatura, su ropa oscura y su rostro macilento y descarnado es la viva imagen de la muerte. Sin embargo, su mirada es brillante y algo burlona. Debe de rondar los cincuenta años y mantiene un envidiable vigor físico. Conoce como nadie su oficio y estudia todo lo que se relaciona con él, desde el tipo de insectos que aparecen en cada fase de la descomposición de los cadáveres hasta las leyendas que rodean a la muerte. Violinista aceptable, está escribiendo un tratado sobre las artes mortuorias que ha llamado la atención del forense Eduard Hofman. Tiene un gato llamado Lucifer.


Julia Wolf


Teleoperadora de la jefatura de policía. Le apasiona la fotografía y conoce las tendencias modernas de la investigación policial. Procede de una familia pobre y trabajó como criada varios años. De día oculta su belleza tras un vestuario y un peinado austeros, pero por la noche trabaja como sensual artista de cabaret. El veterano inspector Leinkirchner la llama “corderilla” en un juego de palabras con su apellido Wolf. ¿Es un lobo con piel de cordero? Se pregunta Leo. En todo caso, guarda celosamente algunos secretos.


OTROS PERSONAJES DESTACADOS


Albert Stehling. Personaje histórico. Jefe superior de policía de Viena. Como Leopold, es de origen alemán, aunque trata de ocultar su acento. Su despacho es un pequeño y macabro museo del crimen. Sus subordinados lo llaman a sus espaldas, medio en broma medio con cariño, Papá Stehling.


Moritz Stukart. Adjunto del jefe superior. Es el comisario de Leopold. Su reputación como investigador es excelente. Cree en la modernización de la policía, por lo que ha fichado al joven Von Herzfelt para que introduzca las nuevas técnicas criminalísticas de Hans Gross.


Bernhard Strauss. Supuesto hijo ilegítimo de Johann Strauss padre. Al igual que sus famosos hermanastros, se hizo músico, aunque con muy poco éxito. Se suicida al principio de la novela. Después se convierte en un personaje fundamental in absentia.


Eduard Hofman. Personaje histórico. Médico y director del Instituto Forense de Viena. Considerado una eminencia en su campo, había participado en el dictamen del suicidio del príncipe heredero Rodolfo y en la identificación de los cientos de cadáveres del incendio del Ringtheater. En 1878 escribió un manual de fama mundial, Libro de texto de medicina forense.


Paul Leinkirchner. Inspector jefe de la Oficina de Seguridad de Viena. Calvo, gordo, cojo, malencarado, misógino y antisemita, es el jefe de Leopold.

FIN DE SIGLO EN EL IMPERIO. El libro del sepulturero está situado en un momento clave de la historia. El Imperio austrohúngaro había sellado unos años antes un pacto con Alemania al que luego se unió Italia: la Triple Alianza. Comenzaban a formarse los bloques que se enfrentarían en la Primera Guerra Mundial. Austria-Hungría, además, intensificó su presencia en los Balcanes, en donde todo estalló en 1914. La Segunda Revolución Industrial estaba en su apogeo y las nuevas tecnologías irrumpieron con fuerza: el teléfono, la fotografía, la bicicleta, el cine y el automóvil cambiaron la vida en las ciudades.



EL ABISMO SOCIAL EN VIENA. El orden social también estaba transformándose tras las revoluciones liberales de 1848. La vieja aristocracia veía cómo la emergente burguesía —con una buena presencia de judíos—le iba ganando terreno en todos los campos y se resistía a dejar escapar el poder. Viena crecía a un ritmo exponencial y la brecha social era cada vez mayor.



PROSTITUCIÓN Y OTRAS LACRAS. Una tercera parte de las mujeres de Viena eran criadas. Procedían de todos los rincones del imperio. Llegaban en busca de una nueva vida, pero se encontraban con abusos de todo tipo. Muchas de ellas se veían abocadas a la prostitución tras haberse quedado embarazadas de sus señores o para completar sus magros ingresos. Su destino casi siempre era trágico: algunas acababan en la cárcel de mujeres, otras morían de frío o de sífilis en algún callejón, y muy pocas conseguían rehacerse. Las niñas eran muy cotizadas en los burdeles y en las fiestas salvajes de los ricos más depravados.



ANTISEMITISMO EN ASCENSO. Leopold von Herzfelt procede de una familia judía y eso es un inconveniente en una sociedad en la que el antisemitismo está en ascenso. Su nuevo jefe, el inspector Leinkirchener, se encarga de recordárselo con continuas referencias a la nariz ganchuda y al supuesto parasitismo de “los semitas”. Aquel año de 1893, se fundó el Partido Socialcristiano, de carácter conservador católico y notable antisemitismo. Su líder, Karl Lueger, alcanzó la alcaldía de Viena poco después, en 1897.



ENTRE LADRONES DE TUMBAS Y MUERTOS VIVIENTES


También el “mundo de los muertos” estaba en plena transición en aquella última década del siglo XX. Gracias a Augustin Rothmayer y a su almanaque para sepultureros descubrimos prácticas a caballo entre las viejas supersticiones y la nueva ciencia.


Los catedráticos de Medicina, por ejemplo, siempre andaban necesitados de cuerpos frescos para sus disecciones. Por ello, de vez en cuando se contrataba a ladrones de cadáveres para proporcionar material nuevo a los galenos. Eran sobre todo los suicidas los que solían acabar en las mesas de la facultad. Un presunto robo que sale mal es el detonante de uno de los dos casos de la novela.


El Cementerio Central había adquirido hacía poco una novedosa tecnología:”el despertador de muertos electrificado”.


En la morgue, asido a la mano derecha de cada cadáver colgaba un fino cable que recorría la pared hasta el techo y se perdía en un agujero. Los cables iban a parar a la oficina de los guardias. Si algún muerto despertaba y movía un dedo en la morgue, al otro extremo se escuchaba un timbre.


Frente a esta modernidad se alzaban viejas supersticiones y, sobre todo, el miedo atávico a los muertos vivientes y a los aparecidos. Alrededor de la morgue, por ejemplo, se alzaba una pequeña valla metálica cuyo objetivo era evitar que salieran los muertos. Había gente convencida de que los suicidas regresaban como aparecidos.


Para acabar con ellos, uno de los métodos aconsejados por la sabiduría popular consistía en cortar la cabeza del cadáver. También había un segundo método que se emparentaba con la leyenda de los vampiros: el empalamiento con una estaca de madera. Ambos métodos están presentes en El libro del sepulturero.



EL PUNTO DE PARTIDA DE LA NOVELA

Viena, octubre de 1893


Al poco de llegar al escenario del crímen,Leopold von Herzfelt es consciente de que ha cometido un error. Es domingo, acaba de mudarse a Viena para incorporarse a la policía al día siguiente y se ha presentado, sin que nadie se lo haya pedido, en el escenario de un crimen horrible: una joven ha sido degollada en el Prater.


Leopold sorprende a todos con sus dotes de deducción y con una nueva forma científica de analizar el cadáver y la escena. Lo que él cree que es una ayuda para sus futuros compañeros allí presentes—el inspector-jefe Leinkirchner y el inspector Loibl— es interpretado por estos como una muestra de engreimiento.


La brutalidad del crimen adquiere una nueva dimensión cuando Leo descubre que el asesino ha introducido en la vagina de la joven una estaca de madera en la que había grabado la frase latina “Domine, salva me”.


Al día siguiente, en la jefatura, Von Herzfelt recibe su primera bronca. El jefe Stehling le comunica que la investigación por el crimen del Plater la dirige Leinkirchner y lo aparta del caso. De paso, reconoce que no cree que los nuevos métodos científicos que Leopold aprendió en Graz, con Hans Gross, puedan aplicarse a una ciudad con tasas de criminalidad tan altas como las de Viena.


Además, como recordatorio de que es un recién llegado, le asigna un caso menor: el intento de robo del cadáver de un tal Bernhard Strauss, que se había ahorcado en su casa y fue enterrado hacía unos días en el Cementerio Central.


Para cumplir el expediente, Leopold se desplaza hasta el cementerio para interrogar al sepulturero mayor, Augustin Rothmayer. El caso da un giro sorprendente cuando este le explica que, pese a todas las precauciones que se suelen tomar en aquellos casos, el señor Strauss había sido enterrado vivo.


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